MANIFIESTO POR LA REFORMA DE LA ACTUAL LEY ELECTORAL Un cada vez más extenso grupo de ciudadanos considera una urgente necesidad democrática reformar la actual Ley Electoral.No es de justicia que a Izquierda Unida le cueste cada escaño 481.520 votos y a UPyD 303.535 votos mientras que al PNV le cuesta solamente 50.541, a Nafarroa Bai 62.073, al PSOE 65.470 y al PP 66.470 votos. No es equitativo que IU, tercera fuerza política en número de votos obtenga 2 escaños con 900.000 votos y UPyD, quinta fuerza política con 300.000 alcance únicamente 1 asiento en el Parlamento mientras el PNV con 300.000 votos consigue 6 diputados.Este sistema adultera la voluntad de los ciudadanos emitida en las urnas, escamotea la representatividad y proporcionalidad de un sistema multipartidista como el español y burla el deseo de gran parte de los votantes que observan como su voto no vale nada en virtud de una Ley Electoral caduca.Por tanto:Exigimos a las dos grandes formaciones políticas españolas una profunda reflexión sobre el tema desvinculada de sus intereses partidistas, coyunturales y electorales.Reclamamos que escuchen las voces que se alzan en la sociedad representando a una mayoría deseosa de un cambio que permita que el voto de todos los ciudadanos tenga el mismo valor.Demandamos una reforma de la actual Ley Electoral, por injusta y alejada del principio "Un ciudadano, un voto".POR UNA REFORMA DE LA LEY ELECTORAL.
LA PASIONARIA
Dolores Ibárruri Gómez, llamada La Pasionaria (9 de diciembre de 1895 – 12 de noviembre de 1989), fue una histórica dirigente del Partido Comunista de España. Nació en Gallarta (Abanto y Ciérvana, Vizcaya) en el seno de una familia minera y carlista. El ambiente familiar, las lecturas piadosas y su fortísimo carácter favorecieron una devoción religiosa que la llevó a las puertas del convento. Su formación escolar hasta los 15 años fue buena para la época. Comenzó estudios de magisterio, pero abandonó la carrera para trabajar en un taller como costurera. Después, trabajó como sirvienta. Inició su andadura política por vía matrimonial, al casarse en 1916 con un minero socialista llamado Julián Ruiz, con el que adquirió ciertos rudimentos de marxismo y de quien se separó tras diez años de suplicio matrimonial. Militó primero en las Juventudes Socialistas, que posteriormente crearían el Partido Comunista Español (1920), el cual se integraría en el Partido Comunista de España (1921). Ayudó a su marido en la Huelga general de 1917. Estando integrada en la agrupación socialista de Somorrostro, lo acompañó en la escisión procomunista del PSOE en 1919 desde la que, en 1920, participó en la fundación del Partido Comunista Español, entrando en el Comité Provincial de Vizcaya. En 1918, utilizó por primera vez el seudónimo La Pasionaria para un artículo publicado en la prensa obrera y titulado El Minero Vizcaíno[1] . En 1919, impresionada por el triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia, Dolores Ibárruri participó - junto con la agrupación socialista de Somorrostro, de la que era miembro - en la escisión del PSOE que dio lugar al nacimiento del Partido Comunista de España (PCE) en 1921. Desde el comienzo ocupó puestos de responsabilidad dentro del Partido, siendo detenida en numerosas ocasiones. Llegó a formar parte de su Comité Central en 1930 y al año siguiente se presentó a las elecciones a Cortes Constituyentes, siendo derrotada su candidatura. En 1931 se trasladó a Madrid para trabajar en la redacción del periódico del Partido, Mundo Obrero. En 1933 fue presidenta de la recién fundada Unión de Mujeres Antifascistas. Tras años de penalidades y aventuras tuvo seis hijos: Ester (1916-1919), Rubén (1921-1942), Amagoya, Azucena y Amaya[2] (estas últimas trillizas nacidas en 1923, de las que Amagoya murió al poco de nacer y Azucena a los dos años) y Eva (1928; murió a los tres meses). Fue afirmando su vocación política y encauzándola a través del periodismo de partido. El Minero Vizcaíno y La Lucha de Clases fueron los escaparates del pseudónimo Pasionaria, que eligió ella misma porque su primer artículo salió durante la Semana de Pasión de 1918. Fue encarcelada varias veces debido a sus fuertes y punzantes discursos y a su activa militancia en las manifestaciones comunistas. Poco tiempo después se destacó en el Congreso de los Diputados de la II República como diputada del Partido Comunista por Asturias. En las elecciones de febrero de 1936 fue elegida diputada por Asturias. Figura relevante durante la Guerra Civil, fue elegida Vicepresidenta de las Cortes Republicanas en 1937. Durante este período se convirtió en un mito para una parte de España, siendo famosa por sus arengas en favor de la causa republicana. Suyo fue el lema «¡No pasarán!», acuñado durante la defensa de Madrid. Se opuso a la capitulación del coronel Casado. En un mitin en Valencia en 1938 pronunció la polémica frase «Más vale condenar a cien inocentes a que se absuelva a un solo culpable», en referencia al proceso del POUM. Tras finalizar la Guerra Civil española, se exilió en la URSS, donde perecería su único hijo varón Rubén Ruiz Ibárruri durante los combates por la estación central de Stalingrado. Tras la muerte de José Díaz, fue escogida Secretaria General del PCE clandestino en 1942, aunque su relevancia fue decreciendo en los años siguientes. En 1960 presentó su dimisión, para pasar a ocupar el cargo de Presidenta del partido. La sustituyó en sus funciones Santiago Carrillo. Fue miembro del Secretariado de la Internacional Comunista junto a Georgi Dimitrov, Palmiro Togliatti y Maurice Thorez, entre otros. Manifestó su acuerdo con Moscú con ocasión de los diversos cismas dentro del movimiento comunista internacional. Sin embargo, sus viejas convicciones estalinistas no le impidieron condenar la invasión de Checoslovaquia en 1968. Tras la muerte del General Franco y durante la transición democrática volvió a España en 1977 y fue elegida de nuevo diputada por Asturias en las primeras elecciones democráticas, aunque su papel como política fue ya más simbólico que real. Murió en Madrid en 1989 y fue enterrada en el recinto civil del Cementerio de La Almudena de Madrid. En 1962 había publicado sus memorias: El único camino. En junio de 2005 se celebró el XVII Congreso del Partido. Dolores Ibárruri fue elegida Presidenta de Honor a Perpetuidad
Los que pusimos el alma en la piedra, en el hierro, en la dura disciplina, allí vivimos sólo por amor y ya se sabe que nos desangramos cuando la estrella fue tergiversada por la luna sombría del eclipse. Ahora veréis qué somos y pensamos. Ahora veréis qué somos y seremos.
Somos la plata pura de la tierra, el verdadero mineral del hombre. encarnamos el mar que continúa: la fortificación de la esperanza: un minuto de sombra no nos ciega: con ninguna agonía moriremos.
Rosa Luxemburg nació en la pequeña población polaca de Zamosc, el 5 de marzo de 1871. Desde muy joven fue activista del movimiento socialista. Se unió a un partido revolucionario llamado Proletariat, fundado en 1882, alrededor de 21 años antes de que se fundara el Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (bolcheviques y mencheviques). Proletariat estuvo desde sus comienzos, tanto en principios como en programa, señaladamente adelantado con respecto al movimiento revolucionario en Rusia. Mientras el movimiento revolucionario ruso estaba todavía restringido a actos de terrorismo individual llevados a cabo por una heroica minoría de intelectuales, Proletariat organizaba y dirigía a miles de trabajadores en huelga. No obstante, en 1886, Proletariat fue prácticamente decapitado por la ejecución de cuatro de sus líderes, el encarcelamiento de otros veintitrés bajo largas condenas a trabajos forzados y el destierro de otros doscientos. Sólo se salvaron del naufragio pequeños círculos, y a uno de ellos se unió Rosa Luxemburg a los 16 años. Alrededor de 1889, su actuación llegó a oídos de la policía y tuvo que abandonar Polonia, ya que sus camaradas pensaron que podría realizar tareas más útiles en el exterior que en prisión. Fue a Zurich, en Suiza, que era el centro más importante de emigración polaca y rusa. Ingresó en la universidad, donde estudió ciencias naturales, matemáticas y economía. Tomó parte activa en el movimiento obrero local y en la intensa vida intelectual de los revolucionarios emigrados. Apenas dos años más tarde, Rosa ya era reconocida como líder teórico del partido socialista revolucionario de Polonia. Llegó a ser colaboradora principal del diario del partido, Sprawa Rabotnicza, publicado en París. En 1894, el nombre del partido, Proletariat, cambió por el de Partido Social Demócrata del Reino de Polonia; muy poco después, Lituania se añadió al título. Rosa siguió siendo líder teórico del partido —el SDKPL— hasta el fin de su vida. En agosto de 1893, representó al partido en el Congreso de la Internacional Socialista. Allí, siendo una joven de 22 años, tuvo que lidiar con veteranos muy conocidos de otro partido polaco, el Partido Socialista Polaco (PPS), cuyo principio más importante era la independencia de Polonia, y que demandaba el reconocimiento de todos los miembros de mayor experiencia del socialismo internacional. La ayuda para el movimiento nacional en Polonia tenía tras de sí el peso de una larga tradición: también Marx y Engels habían hecho de esto un principio importante en su política. Impertérrita ante todo esto, Rosa cuestionó al PSS, acusándolo de tendencias claramente nacionalistas y de propensión a desviar a los trabajadores de la senda de la lucha de clases; se atrevió a tomar una posición diferente a la de los viejos maestros y se opuso al slogan de “independencia para Polonia” (Para una elaboración de la posición de Rosa Luxemburg sobre la cuestión nacional, véase el Capítulo 6). Sus adversarios acumularon injurias sobre ella: algunos, como el veterano discípulo y amigo de Marx y Engels, Wilhelm Liebknecht, llegó a acusarla de ser agente de la policía secreta zarista. No obstante, ella se mantuvo en sus trece. Intelectualmente crecía a pasos agigantados. En 1898, se dirigió al centro del movimiento obrero internacional en Alemania, que la atrajo irresistiblemente. Comenzó a escribir asiduamente, y después de un tiempo llegó a ser uno de los principales colaboradores del periódico teórico marxista más importante de la época, Die Neue Zeit. Invariablemente independiente en el juicio y en la crítica, ni siquiera el tremendo prestigio de Karl Kautsky, su director —“Papa del marxismo”, como se le llamaba—, lograba apartarla de sus opiniones elaboradas, una vez que estaba convencida de ellas. Rosa entregó cuerpo y alma al movimiento obrero en Alemania. Era colaboradora regular de numerosos diarios socialistas —y en algunos casos directora—, dirigió muchos mítines populares y tomó parte enérgicamente en todas las tareas que el movimiento le requería. Desde el principio hasta el fin, sus disertaciones y artículos eran trabajos creativos originales, en los que apelaba a la razón más que a la emoción, y en los que siempre abría a sus oyentes y lectores un horizonte más amplio. En este momento, el movimiento de Alemania se dividió en dos tendencias principales, una reformista —con fuerza creciente— y la otra revolucionaria. Alemania había gozado de creciente prosperidad desde la crisis de 1873. El nivel de vida de los trabajadores había ido mejorando ininterrumpidamente, aunque en forma lenta: los sindicatos y cooperativas se habían vuelto más fuertes. En estas circunstancias, la burocracia de estos movimientos, junto con la creciente representación parlamentaria del Partido Social Demócrata, se alejaba de la revolución y se inclinaba con gran ímpetu hacia los que ya proclamaban el cambio gradual o el reformismo como meta. El principal vocero de esta tendencia era Eduard Bernstein, un discípulo de Engels. Entre 1896 y 1898, escribió una serie de artículos en Die Neue Zeit sobre “Problemas del Socialismo”, atacando cada vez más abiertamente los principios del marxismo. Estalló una larga y amarga discusión. Rosa Luxemburg, que acababa de ingresar en el movimiento obrero alemán, inmediatamente salió en defensa del marxismo. De forma brillante y con magnífico ardor atacó el propagado cáncer del reformismo en su folleto ¿Reformismo o revolución?. (Para una elaboración de su crítica del reformismo, véase el Capítulo 2). Poco después, en 1899, el “socialista” francés Millerand participó de un gobierno de coalición con un partido capitalista. Rosa siguió atentamente este experimento y lo analizó en una serie de brillantes artículos referentes a la situación del movimiento francés en general, y a la cuestión de los gobiernos de coalición en particular (véase el Capítulo 2). Después del fiasco de Macdonald en Gran Bretaña, el de la República de Weimar en Alemania, el del Frente Popular en Francia en la década de los 30 y los gobiernos de coalición posteriores a la Segunda Guerra Mundial en el mismo país, queda claro que las enseñanzas impartidas por Rosa no son únicamente de interés histórico. Entre 1903-1904, Rosa se entregó a una polémica con Lenin, con quien disentía en la cuestión nacional (véase el Capítulo 6), y en la concepción de la estructura del partido y la relación entre el partido y la actividad de las masas (véase el Capítulo 5). En 1904, después de “insultar al Káiser”, fue sentenciada a nueve meses de prisión, de los cuales cumplió solo uno. En 1905, con el estallido de la primera revolución rusa, escribió una serie de artículos y panfletos para el partido polaco, en los que exponía la idea de la revolución permanente, que había sido desarrollada independientemente por Trotsky y Parvus, pero sostenida por pocos marxistas de la época. Mientras que tanto los bolcheviques como los mencheviques, a pesar de sus profundas divergencias, creían que la revolución rusa había de ser democrático-burguesa, Rosa argüía que se desarrollaría más allá del estadio de burguesía democrática y que podría terminar en el poder de los trabajadores o en una derrota total. Su slogan era “dictadura revolucionaria del proletariado basada en el campesinado”.[1] Sin embargo, pensar, escribir y hablar sobre la revolución no era suficiente para Rosa Luxemburg. El motto de su vida fue: “En el principio fue el acto”. Y aunque no gozaba de buena salud en ese momento, entró de contrabando en la Polonia rusa tan pronto como pudo (en diciembre de 1905). En ese momento el punto culminante de la revolución había sido superado. Las masas todavía estaban activas, pero ahora vacilantes, mientras la reacción alzaba su cabeza. Se prohibieron todos los mítines, pero los obreros todavía los celebraban en sus fortalezas: las fábricas. Todos los periódicos de los trabajadores fueron suprimidos, pero el del partido de Rosa seguía apareciendo todos los días, impreso clandestinamente. El 4 de marzo de 1906 fue arrestada y detenida durante cuatro meses, primero en la prisión y posteriormente en un fuerte. A causa de su mala salud y de su nacionalidad alemana, fue liberada y expulsada del país.[2] La revolución rusa dio vigor a una idea que Rosa había concebido años atrás: que las huelgas de masas —tanto políticas como económicas— constituían un elemento cardinal en la lucha revolucionaria de los trabajadores por el poder, singularizando a la revolución socialista de todas las anteriores. A partir de allí elaboró aquella idea en base a una nueva experiencia histórica. (Véase el Capítulo 3). Al hablar en tal sentido en un mitin público fue acusada de “incitar a la violencia”, y pasó otros dos meses en prisión, esta vez en Alemania. En 1907, participó en el Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Stuttgart. Habló en nombre de los partidos ruso y polaco, desarrollando una posición revolucionaria coherente frente a la guerra imperialista y al militarismo. (Véase el Capítulo 4). Entre 1905 y 1910, la escisión entre Rosa Luxemburg y la dirección centrista[3] del SPD —del que Kautsky era el portavoz teórico— se hizo más profunda. Ya en 1907, Rosa había expresado su temor de que los líderes del partido, al margen de su profesión de marxismo, vacilarían frente a una situación que requiriera acción. El punto culminante llegó en 1910, cuando se produjo una ruptura total entre Rosa y Karl Kautsky por la cuestión de la vía de los trabajadores hacia el poder. Desde ese momento, el SPD se dividió en tres tendencias diferenciadas: los reformistas, que progresivamente fueron adoptando una política imperialista; los así llamados marxistas de centro, conducidos por Kautsky (ahora apodado por Rosa Luxemburg “líder del pantano”), quien conservaba su radicalismo verbal pero se limitaba cada vez más a los métodos parlamentarios de lucha; y el ala revolucionaria, de la que Rosa Luxemburg era la principal inspiradora. En 1913, publicó su obra más importante: La acumulación de capital. (Una contribución a la explicación económica del imperialismo). Ésta es sin duda, desde El Capital una de las contribuciones más originales a la doctrina económica marxista. Este libro —como lo señalara Mehring, el biógrafo de Marx— con su caudal de erudición, brillantez de estilo, vigoroso análisis e independencia intelectual, es de todas las obras marxistas, la más cercana a El Capital. El problema central que estudia es de enorme importancia teórica y política: los efectos que la expansión del capitalismo en territorios nuevos y atrasados, tiene sobre sus propias contradicciones internas y sobre la estabilidad del sistema. (Para un análisis de esta obra véase el Capítulo 8). El 20 de febrero de 1914, Rosa Luxemburg fue arrestada por incitar a los soldados a la rebelión. La base de esta acusación fue una arenga en la que declaró: “Si ellos esperan que asesinemos a los franceses o a cualquier otro hermano extranjero, digámosles: ‘No, bajo ninguna circunstancia’”. En el Tribunal se transformó de acusada en acusadora, y su disertación —publicada posteriormente bajo el título Militarismo, guerra y clase obrera— es una de las más inspiradas condenas del imperialismo por parte del socialismo revolucionario. Se la sentenció a un año de prisión, pero no fue detenida ahí mismo. Al salir de la sala del tribunal fue de inmediato a un mitin popular, en el que repitió su revolucionaria propaganda antibélica. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, prácticamente todos los líderes socialistas fueron devorados por la marea patriótica. El 3 de agosto de 1914, el grupo parlamentario de la socialdemocracia alemana decidió votar a favor de créditos para el gobierno del Káiser. Sólo quince de los ciento once diputados mostraron algún deseo de votar en contra. No obstante, después de serles rechazada su solicitud de permiso, se sometieron a la disciplina del partido, y el 4 de agosto, todo el grupo socialdemócrata votó por unanimidad en favor de los créditos. Pocos meses después, el 3 de diciembre, Karl Liebknecht ignoró la disciplina del partido para votar de acuerdo con su conciencia. Fue el único voto en contra de los créditos para la guerra. La decisión de la dirección del partido fue un rudo golpe para Rosa Luxemburg. Sin embargo, no se permitió la desesperación. El mismo día que los diputados de la socialdemocracia se unieron a las banderas del Káiser, un pequeño grupo de socialistas se reunió en su departamento y decidió emprender la lucha contra la guerra. Este grupo, dirigido por Rosa, Karl Liebknecht, Franz Mehring y Clara Zetkin, finalmente se transformó en la Liga Espartaco. Durante cuatro años, principalmente desde la prisión, Rosa continuó dirigiendo, inspirando y organizando a los revolucionarios, levantando las banderas del socialismo internacional. (Para más detalles de su política antibélica, véase el Capítulo 4). El estallido de la guerra, separó a Rosa del movimiento obrero polaco, pero debe de haber obtenido profunda satisfacción, porque su propio partido en Polonia permaneciera en todo sentido leal a las ideas del socialismo internacional. La revolución rusa de febrero de 1917 concretó las ideas políticas de Rosa: oposición revolucionaria a la guerra y lucha para el derrocamiento de los gobiernos imperialistas. Desde la prisión, seguía febrilmente los acontecimientos, estudiándolos a fondo con el objeto de recoger enseñanzas para el futuro. Señaló sin vacilaciones que la victoria de febrero no significaba el final de la lucha, sino solo su comienzo; que únicamente el poder en manos de la clase trabajadora podía asegurar la paz. Emitió constantes llamamientos a los trabajadores y soldados alemanes para que emularan a sus hermanos rusos, derrocaran a los junkers y al capitalismo. Así, al mismo tiempo que se solidarizarían con la revolución rusa, evitarían morir desangrados bajo las ruinas de la barbarie capitalista. Cuando estalló la Revolución de Octubre, Rosa la recibió con entusiasmo, ensalzándola con los términos más elevados. Al mismo tiempo, no sustentaba la creencia de que la aceptación acrítica de todo lo que los bolcheviques hicieran fuera útil al movimiento obrero. Previó claramente que si la Revolución Rusa permanecía en el aislamiento, un elevado número de distorsiones mutilarían su desarrollo; bien pronto señaló tales distorsiones en el proceso de desarrollo de la Rusia soviética, particularmente sobre la cuestión de la democracia. (Véase el Capítulo 7). El 8 de noviembre de 1918, la revolución alemana liberó a Rosa de la prisión. Con todo su energía y entusiasmo se sumergió en la lucha revolucionaria. Lamentablemente las fuerzas reaccionarias eran poderosas. Líderes del ala derecha de la socialdemocracia y generales del viejo ejército del Káiser unieron sus fuerzas para suprimir al proletariado revolucionario. Miles de trabajadores fueron asesinados; el 15 de enero de 1919 mataron a Karl Liebknecht; el mismo día, el culatazo de rifle de un soldado destrozó el cráneo de Rosa Luxemburg. El movimiento internacional de los trabajadores perdió, con su muerte, uno de sus más nobles espíritus. “El más admirable cerebro entre los sucesores científicos de Marx y Engels”, como dijo Mehring, había dejado de existir. En su vida, como en su muerte, dio todo por la liberación de la humanidad.
ROSARIO, LA DINAMITERA
Rosario, dinamitera, sobre tu mano bonita celaba la dinamita sus atributos de fiera. Nadie al mirarla creyera que había en su corazón una desesperación, de cristales, de metralla ansiosa de una batalla, sedienta de una explosión.
Era tu mano derecha, capaz de fundir leones, la flor de las municiones y el anhelo de la mecha. Rosario, buena cosecha, alta como un campario, sembrabas al adversario de dinamita furiosa y era tu mano una rosa enfurecida, Rosario.
Buitrago ha sido testigo de la condición del rayo de las hazañas que callo y de la mano que te digo. ¡Bien conoció el enemigo la mano de esta doncella, que hoy no es mano porque de ella, que ni un solo dedo agita, se prendó la dinamita y la convirtió en estrella!
Rosario, dinamitera, puedes ser varón y eres la nata de las mujeres, la espuma de la trinchera. Digna como una bandera de triunfos y resplandores, dinamiteros pastores, vedla agitando su aliento y dad las bombas al viento del alma de los traidores.
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